jueves, 30 de junio de 2011

Ciao Bella!: Bodorrios italianos de 3 días



Llegó la hora, Alberto, el mejor amigo de Attila se casó el viernes pasado en Italia… y por “el viernes pasado” me refiero a la fecha de inicio de los festejos que continuaron por lo menos hasta el domingo. Yo volé el jueves temprano de Ámsterdam a Milán, corrí al centro de la ciudad para comer con unos amigos y de ahí me fui a pasar la tarde con Aparna, la chica de la India que hace su doctorado inyectando ratones cancerígenos, no sé, algo horrible pero esperemos encuentre ella la cura. Attila llegó con su familia en la noche y nos fuimos con todos nuestros amigos a cenar.

La cena amerita una mención especial porque, después de que aguanto todas las críticas de la gente que se muere del asco de las delicias de jumiles, escamoles, chapulines y demás que comemos en México, ahora me doy cuenta que en Italia también comen sus rarezas. En la cena pedimos algunas entradas mixtas para compartir, habían ostiones y otros mariscos en un plato que se comían con limón. Lo mío lo mío no son los animales en concha pero quise probar y tome uno de los otros que se llaman “Cannolicchio” o muergos en español, perdone Usted mi ignorancia pero jamás los había visto y como en Milán no son frescos los productos del mar lo tomé sin miedo.

El muergo es un tubito, es como una almeja metida en una pata de langosta, el punto es que yo no los conocía, jalisquilla como soy tomé el tubito y le exprimí limón encima, insisto no soy la mejor con los mariscos así que en lo que contaba hasta tres para comerlo, noté que se movía. ¡Ay nanita! La única regla que tengo antes de comer algo nuevo es que no esté vivo, pues lo solté en el plato muerta de miedo y empecé a preguntar si era normal que se moviera. Para cuando Alessandro (que es experto en esos productos, pues procede de Nápoles) me explicó que se comen vivos, la mitad del animal ya se había salido de su concha y estaba en mi plato. Yo no quería ni ver, la de al lado gritó y todos nos volteaban a ver, yo obviamente tenía miedo puesto que si estaba vivo podría tomar fuerza con el FUA y atacarme, uno nunca sabe… al final Alessandro se los comió todos lamentando que no estuvieran más frescos. Por favor, si me van a dar de comer algo avísenme primero si lo quiero vivo o muerto, gracias.

Pasado el trauma y volviendo al “amore” el viernes la misa era a las 5 pm fuera de Milán, salimos como a las 4 pero había mucho nerviosismo por llegar tarde, sobre todo porque Attila era el testigo. Es un cargo indispensable ya que no existe la institución de los padrinos en la boda, solo los testigos para la parte civil que se celebra a la mitad de la misa, el padre lee los artículos del código civil y los hace firmar a todos ahí entre el sermón y la comunión. Diferente pero práctico. No hubo problemas con el horario porque el papá de Attila, partidario de las técnicas “buchonas” de manejo, sobre todo de esa donde te aproximas con tu carro a 3 cm de distancia del que va adelante y presionas hasta que se quite, casi me da diabetes pero valió la pena porque llegamos con 15 min de anticipación.

La misa estuvo bonita y creo que Attila estaba más nervioso por ser el testigo que el mismo novio. Todo corrió con normalidad excepto que se me olvidó que en Italia no se puede entrar a la iglesia con los hombros descubiertos, no me dijeron nada y yo me tranquilicé mirando a otra chica que tampoco traía rebozo, después nos dimos cuenta que las dos éramos mexicanas, las únicas extranjeras que de plano no entienden de códigos de vestimenta italianos. También se le olvidó al padre decir que ya se podían besar, ni modo, a la próxima.

Después de la misa hubo un brindis en el mismo pueblito, de donde es oriunda la novia. El fiestongo importante fue el sábado que todos corrimos a la Toscana donde la familia del novio tiene una casa de campo, prototipo de italiano al más no poder, en medio de las colinas en un lugar que se llama “Trecento”, no porque ahí sea Esparta sino porque está a 300 metros del nivel del mar. En resumen las bodas italianas son para comer, comer y comer aún más. Hubo como 10 tiempos y 3 postres, ya estaba hasta mareada de tanta comida, un espresso y los italianos estaban dispuestos a seguirle empacando pero yo ya no podía.

El tercer día hubo albercada en la misma casa, estaba muy bonito todo pero nos quedamos solamente al desayuno porque después tomamos el avión desde Pisa a Budapest, bueno no todos, el papá y el hermano de Attila se fueron a seguir sufriendo una semana en Cerdeña. Yo por lo pronto estoy en un “break mental” de una semana y después a regresar con todo para la tesis.

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